Sector Minero en la Edad Moderna

Sector Minero o Industria Minera en la Edad Moderna

España: Sector Minero o Industria Minera en la Edad Moderna

Nota: Véase también la información acerca de la industria minera en los Años 90 y del sector minero en la edad media.

La minería en los siglos XVI a XVIII

El Renacimiento se caracteriza por los incrementos comerciales, favorecidos por la mayor circulación monetaria, la apertura de nuevos mercados y rutas de comercio, la existencia de nuevos productos, etc. Esta circunstancia llevó, en algunos casos, a establecer medidas de protección arancelaria; los Reyes Católicos prohibieron exportar metales preciosos y menas de hierro o importar sal. Hacia el año 1500 existían en el País Vasco cerca de trescientas ferrerías que remitían sus productos a Inglaterra y Flandes. El incremento de compañías de comercio, por otra parte, dio lugar a la aparición de monopolios como los del alumbre, producto empleado en el curtido de pieles, como mordiente en el teñido de telas y para dar fuerza a los vinos. Destacan, en este sentido, los yacimientos de Mazarrón (región de Murcia), que adquirieron vigor tras el agotamiento de los criaderos italianos de Tolfa.

Entre 1525 y 1550 se descubrieron las grandes minas de plata americanas, tal fue el caso de Potosí (1545). En un principio, la plata se obtenía de las monteras de los filones mediante fusión en hornos castellanos o en las guayras (hornos de los incas en forma de albahaquero); la disminución de las leyes en profundidad, sin embargo, trajo el invento de una serie de procesos industriales de amalgamación. En 1553, en las minas de Pachuca de Soto (México), Bartolomé de Medina puso en marcha el método de patio o de amalgamación en frío, método que Pedro Fernández de Velasco introdujo en Perú en 1572; pronto se pasó a la amalgamación en caliente, por medio de variados métodos: de buitrones, de las estufas, de cazo y cocimiento, etc. También se descubrieron importantes yacimientos de oro en Colombia, Ecuador y Bolivia. El oro y la plata americanos trajeron la riqueza a Europa y la inflación a España, provocando el hundimiento de la minería y la metalurgia peninsulares. A pesar de todo, en 1568 se instaló en Ripoll (provincia de Girona), la primera farga catalana.

La amalgamación necesitaba del mercurio (Nueva España lo recibía de Almadén y el virreinato del Perú, de las minas de Huancavelica, situadas en su territorio), lo que motivó el desarrollo de algunos inventos destinados a mejorar y ampliar su extracción, tales como los hornos de xabecas (principios del siglo XVI), hornos busconiles (1646), hornos de reverbero y otros de variado diseño.

No fue éste el único avance que tuvo lugar en este periodo; el incremento de la demanda de materias primas originó un gran desarrollo minero-metalúrgico: en 1503, Segismundo de Maltz inventó el bocarteado por inyección de agua, sistema de trituración mecánica por medio de un mazo hidráulico; en la obra de Agrícola, De Re Metallica (1556), aparecen numerosos útiles y mecanismos de extracción, concentración, trituración, desagüe, etc., con vagonetas sobre rafles, almadenetas adosadas a árboles de levas, bombas en cadena y hornos innovadores; en la ventilación destaca el artilugio de Cornejo (1580), pensado para las minas de Potosí; en el bdesagüe, la primera bomba de vapor, inventada por Jerónimo de Ayanz (1606). A estos elementos cabe añadir, por el ahorro de tiempo y de mano de obra que supone, el empleo de la pólvora en el arranque, usada en Schemnitz en 1626 y en Huancavelica en 1635, que se generalizó en la Península en el siglo XVIII.

En el s. XVII, por otra parte, se introdujo en la minería la brújula, que dio lugar al nacimiento de la geometría subterránea. Merece destacarse, así mismo, el progreso de la metalurgia del estaño en Cornualles, como consecuencia del desarrollo del horno de cuba, y la obtención en Alemania de hierro laminado y corte mecánico con martinete (finales del siglo XVI). En Europa, además, se inició con Stadler (1662) la producción de grafito para lápices y con Tschinardus (1693) la producción de porcelana.

En el siglo XVII aparecieron las primeras industrias siderúrgicas hispanas: Liérganes (1628), La Cavada (1637), ambas en Cantabria, y Corduente (1642), en Guadalajara. En el siglo XVIII se recuperaron las producciones en las ferrerías del norte. Pueden destacarse, así mismo, el primer asiento de Río Tinto (1720), a favor del sueco Volters, que introdujo en estas minas la cementación cobriza (la pirita dispuesta en montones era lavada con agua de mina, precipitando una cáscara de cobre sobre chatarra de hierro); la puesta en marcha de la calderería de Avilés (1753), en Asturias, y la fábrica de hojalata de San Juan de Alcaraz (1756), en Albacete, obra de Juan Jorge Grupner, de características similares a la creada años antes en Ronda (provincia de Málaga) por el suizo Meuron. Este siglo es también el de mayor esplendor de la farga catalana.

El definitivo impulso de la minería española se debe a Carlos III (1759-1788), durante cuyo reinado se sentaron las bases para la industrialización del país: se puso en marcha la Academia de Minas de Almadén (1777) y se crearon las reales fábricas, como las siderurgias de Eugi (1766) y Orbaiceta (1784), en Navarra, o la de armas de Toledo (1780).

En 1788 Antonio Raimundo Ibáñez Gastón creó la siderurgia de Sargadelos, donde en 1797 se instaló el primer alto horno español, que utilizaba carbón vegetal como combustible. A finales del siglo XVIII se instalaron también las industrias metalúrgicas de Trubia, Fontamena y Oviedo y se construyó la fábrica de La Jubia, en la provincia de A Coruña (1791), principal consumidora del cobre de Río Tinto. En esta época se inició, por otra parte, la explotación de los carbones asturianos y Fernando Casado, ingeniero de la Marina, puso en marcha los primeros hornos de coque españoles (1784) —la coquización había sido descubierta por Davy a principios de siglo—. De esta época data la introducción de la máquina de Watt en España, aplicada, en el caso minero, al desagüe de las labores de Almadén.

Con la invención de la imprenta surgieron importantes difusores de los conocimientos minero-metalúrgicos: Pérez de Vargas, De Re Metallica (1569); Juan de Monardes, Diálogos del hierro y sus grandezas (1572); Juan de Oñate, Tratado muy útil y provechoso de Re Metallica (1624); Fernando Montesinos, Directorio de Beneficiadores (1638); Álvaro Alonso Barba, El Arte de los Metales (1640), tratado metalúrgico universal durante dos siglos; Francisco Javier Gamboa, Comentarios a las Ordenanzas de Minas (1761); Ángel Díez, Tratado de Mineralogía (1803). Hay que reseñar, además, los dos primeros tratados mineralógicos hispanos escritos en América: la Orygthología (h. 1790), de Juan José de Elhúyar, y la Oritognosia (1795), de Andrés Manuel del Río.

La segunda mitad del siglo XVIII es también la época de los sabios comisionados a la minería americana, tal es el caso de Antonio de Ulloa, que difundió la existencia del platino; de los hermanos Juan José y Fausto Fermín de Elhúyar y Lubice, que descubrieron el wolframio; Andrés Manuel del Río, que sintetizó el vanadio; el barón de Nordenflinch, Federico Schonesmidt, Tadeus Haencke, etc.

España envió a América a sus mejores hombres, fundando allí, a imitación de la Academia de Almadén, la Academia de Minería de Potosí (1778) y el Colegio de Minería de México (1792), considerado por Alexander von Humboldt el mejor centro científico del Nuevo Mundo.

La minería de el siglo XIX

Las Ordenanzas de Minas de 1825, auspiciadas por Fausto de Elhúyar, ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo de la minería española. Como consecuencia de la nueva estructuración de las enseñanzas, se crearon el Cuerpo de Ingenieros de Minas (1833) y la Escuela Especial de Minas de Madrid (1835). Cabe destacar, así mismo, la puesta en marcha de la Comisión del Mapa Geológico (1849), segundo organismo de investigación creado en España con el propósito de apoyar el desarrollo minero, y la aparición de las primeras publicaciones periódicas relacionadas con la minería: Anales de Minas (1838), Boletín Oficial de Minas (1844), Revista Minera (1850), etc.

En 1784 apareció el horno de reverbero de Henry Cort, que facilitaba la transformación del arrabio en hierro maleable por pudelado; a este mismo inventor se debieron los trenes de laminado, que permitieron comenzar a producir chapa de hierro en grandes cantidades. En 1754, Wilkinson había comenzado a aplicar el vapor a los martillos pilones y, como se ha apuntado, se había iniciado ya la producción de coque. Se daban, por tanto, las condiciones para el nacimiento de las ferrerías modernas. Paulatinamente, los altos hornos fueron sustituyendo a las primitivas forjas. Los altos hornos funcionaban en principio con carbón vegetal. Tal fue el caso de la ferreria de La Concepción, de Marbella (provincia de Málaga, 1831), o de la de Camprodon (provincia de Girona, 1844).

La primera fábrica que elaboró hierro a la inglesa en España, utilizando carbones minerales, fue la ferreria de San Blas, en Sabero (provincia de León), en 1847; el martillo pilón, laminadores, máquinas de vapor, etc., necesarios para su instalación se trajeron de Inglaterra, siendo transportados en carretas de bueyes desde Gijón (Asturias), a 200 km de distancia, por caminos de montaña. Tras Sabero siguió Trubia (Asturias); sus altos hornos, alimentados por coque, se pusieron en marcha en 1848. En 1855 funcionaban, con combustible vegetal o mineral, una veintena de altos hornos, localizados en catorce lugares: Bolueta (Vizcaya), Araia (Álava), Donamaria (Navarra), Guriezo (Cantabria), Mieres, Pola de Lena y Trubia (Asturias), La Constancia y El Ángel (provincia de Málaga), El Pedroso (provincia de Sevilla), Sargadelos (provincia de Lugo), Los Navalucillos (provincia de Toledo) y San Blas, en Sabero (provincia de León). Muchas de estas ferrerías quebraron cuando se suprimieron las barreras arancelarias, pues los costes de aprovisionamiento de materias primas y distribución de productos elaborados eran muy elevados en un país con una orografía tan compleja como la de España. La construcción de innumerables ferrocarriles mineros, desde mediados del siglo XIX, suavizó el problema.

En la segunda mitad del siglo XIX, el gran centro metalúrgico de España era Asturias; allí se localizaban, entre otras, la Asturiana Mining Company (Mieres), Sociedad Metalúrgica Duro y Cía. (La Felguera), Chaviteau & Cie. (Quirós) y la Compañía de Asturias (La Felguera). La siderurgia avanzó con el convertidor Bessemer (1856), o crisol con aire insuflado, que permitía obtener acero barato, y el procedimiento Martin-Siemens (1856), que consistía en la utilización de minerales como oxidantes en el proceso de pudelado y el logro de la fusión de la carga. Poco después (1875) Thomas consiguió tratar arrabios fosforosos. En este contexto, toma el mando en 1882 la siderurgia bilbaína, que dio lugar a la formación, en 1902, de Altos Hornos de Vizcaya, que mantuvo su primacía en el sector hasta la fundación de la empresa estatal Empresa Nacional Siderúrgica, S.A. (Ensidesa) (h. 1950). En Avilés (Asturias) se instaló en aquella época, el mayor complejo siderúrgico del mundo occidental.

Por lo que respecta al cobre, cabe señalar que, en los siglos XVIII y XIX, pasaron numerosos arrendatarios por las minas de Río Tinto (Volters, Sanz, marqués de Remisa), que extrajeron las menas más ricas. En 1839 se introdujo el proceso de cementación forzada, mediante calcinaciones y lavados sucesivos. En 1861, los británicos, ante los elevados precios del azufre italiano, empezaron a importar piritas españolas para fabricar sulfúrico y sosa. En 1862 se fundó la Tharsis Sutfur & Cooper Company, una de las compañías extranjeras que se instaló en la zona.

En 1873 Río Tinto fue adquirido por 92 millones de pesetas por Río Tinto Company Ltd., que se convirtió en el primer productor mundial de cobre entre 1877 y 1891. En 1907 se inició la explotación de Corta Atalaya, donde se emplearon ingentes cantidades de mano de obra y, por primera vez en España, las excavadoras de vapor procedentes de la obra del Canal de Panamá que, a partir de 1924, fueron sustituidas por excavadoras eléctricas. Las minas de plomo de Linares (provincia de Jaén), propiedad de Hacienda desde 1748, apenas tenían producción; una serie de medidas liberalizadoras adoptadas entre 1817 y 1822 propiciaron la intervención de particulares, lo que permitió su reactivación. En 1818 se iniciaron las labores en la sierra de Gádor (provincia de Almería), cuyas grandes producciones, a bajo coste, provocaron graves crisis en las explotaciones británicas y alemanas. En 1823, las minas de Linares se cedieron al francés Louis Figueroa, pero éstas no alcanzaron pleno rendimiento hasta 1869, año en que fueron arrendadas al empresario catalán Villanova.

En 1838 se puso en marcha la cuenca de sierra Almagrera (región de Murcia). En 1842, los hornos castellanos de Adra (provincia de Almería) fueron sustituidos por otros más modernos británicos. Ese mismo año se inició la minería de la sierra de Cartagena, que, desde 1875, se convirtió en la principal zona productora. En 1869 empezaron a cobrar importancia las minas de Sierra Morena. Como en otros sectores mineros, desde mediados del siglo XIX se instalaron compañías extranjeras, que disponían de mayores capitales para emprender las costosas obras de extracción; en Almagrera, por ejemplo, se ubicaron Stolberg & Wesfalia y Compagnie d’Aguilas, entre otras. En Sierra Morena, desde 1881, destaca la presencia de la compañía francesa Peñarroya.

A finales del siglo XIX, España ocupaba el primer lugar entre los países productores de plomo del mundo. El descubrimiento de la galvanización, por Crawford y Sorel (1837), trajo como consecuencia el incremento de la demanda de zinc. La Compagnie Royale Asturienne, que explotaba minas en Guipúzcoa desde 1850, inició en Arnao (Asturias) en 1855 la producción industrial de este metal en la Península Ibérica. En 1856 se descubrió el gran criadero de Reocín (Santander), todavía hoy en explotación. Luego se explotaría el manto de las blendas en la sierra de Cartagena; a finales de siglo, España era el sexto productor mundial de este metal. En el caso del mercurio, merece destacarse que, en 1806, Diego de Larrañaga y Arambarri introdujo los llamados “hornos de Idria”, construidos en 1879 por Lethner. En 1830 se hipotecaron las minas y se concedió el monopolio de las ventas a la casa Íñigo Espeleta de Burdeos. En 1835 se cedió su comercialización a los Rothschild, dueños de las minas de Idria y monopolizadores del mercado, que la mantuvieron hasta 1910. En 1905 se instalaron los hornos Cermack-Spirek, utilizados hasta 1954, año en que fueron sustituidos por los actuales Pacific-Herreshof. A lo largo de la historia, salvo en momentos puntuales, España ha sido el primer productor mundial.

El carbón fue, junto al hierro, el motor de la industrialización. En el siglo XVIII no se inició sólo la explotación de los carbones en Asturias, sino también en Bélmez (provincia de Córdoba): en Cabeza de Vaca y Arroyo de la Hontanilla. En 1838 se descubrió carbón en Sant Joan de les Abadesses (provincia de Girona), gran esperanza para el despegue industrial de Cataluña. A mediados del siglo XIX se ya explotaban los criaderos de la parte sur de la Cornisa Cantábrica: Sabero (provincia de León), Barruelo de Santullán (provincia de Palencia), Orbó (provincia de Burgos) y otros, pero su incomunicación les creó grandes problemas. La cuenca de Puertollano se puso en marcha en 1874.

A finales del siglo pasado, por tanto, estaban en funcionamiento casi todos los distritos carboníferos; pese a todo, aún se produjeron nuevos descubrimientos en el siglo XX, como la cuenca de Laciana (Asturias) en 1916. En la década de 1950, el Estado, a través del Instituto Nacional de Industria (INI), irrumpió en el sector, creando empresas como Empresa Nacional Hulleras del Norte, S.A. (Hunosa), o Minas de Figaredo, que dominaron desde entonces la producción de carbón durante varias décadas. Destacaban las explotaciones de lignitos de las localidades coruñesas de Meirama (Cerceda) o As Pontes de García Rodríguez, de bajo poder calorífico, para consumo en centrales térmicas.

Recursos minerales energéticos y no energéticos en España

En relación con los productos petrolíferos, puede señalarse que, a finales del siglo XIX, se descubrieron asfaltos en Fuentetoba (provincia de Soria) y Maeztu (Álava), aunque de escaso interés; en 1900, por otra parte, se realizó el primer sondeo en Huidobro (provincia de Burgos).

Fuente: [O.P.R.]


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  1. […] Véase también la información acerca de la industria minera en los Años 90, de la minería en la Edad Moderna y del sector minero en la edad […]

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